Nunca, bajo el reino del espectáculo, se había manifestado hasta este punto el principio del dinero bajo la forma de pura necesidad. Nunca habían sido tan firmemente rebajadas las gentes a su estado de necesitados. Se trata de volver a poner a los pobres en su lugar. Hay que hacerlos salivar delante de la omnipotencia del dinero. En Polonia, por ejemplo, no es difícil conseguir dinero trapicheando en el mercado negro, cosa que hace mucha gente, pero es mucho más difícil procurarse mercancías: los almacenes están vacíos. Aquí la escasez se organiza de forma inversa: los almacenes están llenos, pero es muy difícil procurarse dinero.
En Francia, hemos encontrado polacos que se manifestaban sorprendidos y estupefactos ante el celo de los franceses en el trabajo. Allí, nada de eso, ¡al contrario! Y es que en nuestro maldito país, el hecho de tener un curro, incluso el más sucio y peor pagado, pasa para mucha gente por ser un favor celestial. Pero hay, de todas maneras, quien escupe a la ofrenda. La acumulación desde ahora irreversible de parados-de-por-vida(1) es naturalmente una consecuencia de una organización más racional de la explotación. Pero más que un resultado cuantitativo, se trata de algo cualitativo. En gran parte se trata de jóvenes que no pueden aceptar el padecer las nuevas condiciones impuestas a los trabajadores. Si muchos jóvenes no tienen curro es porque no quieren. Y al mismo tiempo que las condiciones de trabajo son cada vez más ignominiosas, las condiciones de existencia de los parados se vuelven cada vez más irrespirables.
Al principio de 1984, el Estado francés ha atacado el paro voluntario, reduciendo a casi nada el sistema de alocuciones (subsidios). A continuación, se ha apoyado en ésto para introducir los trabajos voluntarios subpagados, los TUC. Durante más de seis meses hemos visto jóvenes imbéciles declarar en la tele que, incluso mal pagados, era mejor que quedarse sin hacer nada. Un doble golpe para el Estado: conseguir que haya gente que diga que fuera del trabajo,incluso de uno tan mal pagado como un TUC, no tendrían nada que hacer con su juventud. ¡Trabajar es no tener nada que hacer! Después, aquellos que tendrán la espalda suficientemente flexible para rebajarse a ésto podrán aceptar no importa que sucio trabajo con alegría. Si es cada vez más insoportable trabajar, vistas las condiciones de sumisión creciente que se dan, es también cada vez más dificil no trabajr. Es así mismo cada vez más difícil solucionar la subsistencia inmediata currando en un turn-over o accediendo a los subsidios del paro.
Al principio de los 70, la delincuencia tenía para nosotros un aire de libertad, de revuelta salvaje, de juegos de bandas. La búsqueda del dinero, aunque formara parte de ello, no constituía la meta principal. En los 80 esta atmósfera de indiferencia se ha acabado. El momento álgido de esta libertad criminal fue el otoño de 1981, con los rodeos y los incendios del Este de Lyon. Después el Estado y los defensores de la sociedad existente han actudao de forma que esos excesos se hicieran imposibles. El reino de la necesidad ha hecho el resto. Un joven de las Minguettes nos contaba que en el 81 robaban coches para divertirse. Ahora los coches han de tener, ante todo, una función utilitaria y servir por lo menos para varios tirones y “palos” ¡sólo después de esto, nos podemos divertir con ellos! ¡Se ha vuelto tan dificil robar grandes cilindradas! El furor de la represión policial y judicial, acompañada de una oleada de ejecuciones sumarias sin precedentes, ha marcado netamente el final de una época. Todos estos parados-de-por-vida llenan ahora las cárceles, lo que supone una superpoblación automática. Los trabajadores no han quedado al margen y tienen cada vez más cuentas con la policía: deudas, imposibilidad de pagar el alquiler y diversos créditos, cheques sin fondos, robos en supermercados, etc…llevan cada vez más al riesgo de cárcel.
Este retorno al reino más salvaje de la necesidad tienen como efecto exacerbar la hostilidad y la competencia que regulan de todos modos las relaciones de los pobres entre ellos en la sociedad. El aislamiento y la atomización lo dominan todo de forma incontestable, y el resultado es un ambiente de angustia y opresión al que no se había llegado jamás hasta ahora -hasta tal punto que en ciertas grandes ciudades de los USA hay gente que muere súbitamente de soledad-. La propagación de la heroína, que está demoliendo la cólera de tantos jóvenes, es evidentemente una de las consecuencias directas de este proceso, que ella acentúa a su vez. No hay ya, desde ahora, más mediación posible entre la miseria de la gente y la sociedad civil. Las revueltas que siguieron al 68 han obligado al enemigo a modernizar la opresión, convirtiendo el mundo en cada vez más invivible y haciendo la miseria todavía más visible. EL viejo principio de 1789 vuelve al primer plano de las preocupaciones del enemigo: llenar el vacío que hay entre las clases dominantes y los pobres que se ha profundizado peligrosamente en estos últimos años. A esto se dedica una generación de reformistas a las órdenes del Estado. No pueden, evidentemente, hablar otra cosa que el lenguaje del Estado y predicar la mentira democrática a la masa de los pobres. Y es que la burguesía se encuentra brutalmente confrontada a aquello que la define: la ausencia de comunidad, llevada a su paroxismo por las condiciones sociales modernizadas.
La violencia que reina entre los pobres y se ejerce a veces abiertamente entre ellos es proporcional a la violencia de las condiciones que se les imponen. En el momento mismo en que los pobres sufren de lleno el latigazo de las reglas de la guerra de todos contra todos, no pueden aspirar ya a una existencia civil y se convierten entonces en absolutamente peligrosos. Este punto en que la separación lo ha invadido todo, muestra, de esta manera, que los pobres no pueden constituir un sujeto jurídico colectivo como en la época del ex-movimiento obrero. SU insatisfacción vuelve entonces a su fundamento, es decir, a la salvajería que caracterizaba su revuelta antes de que la sociedad pretendiese civilizarlos. Así, la última huelga de los mineros en Gran Bretaña ha presenciado cómo los mineros recurrían a métodos de acción criminales que recuerdan las expediciones punitivas a las que se libraban los obreros ingleses a principios del siglo XIX, tal como nos lo relata Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra, es decir, antes de que el sindicalismo hubiera civilizado a los pobres y apagado su cólera.
(1) En un artículo de l nº1, encontramos la siguiente nota: “Designamos por parados-de-por-vida a toda esa franja de jóvenes proletarios que rechazan el trabajo y a los que el trabajo rechaza. Entre ellos hay muchos jóvenes inmigrados que se niegan de antemano a padecer la suerte de sus padres. EL hecho de que nos definamos como parados-de-por-vida, no excluye que en ocasiones nos toque trabajar, e incluso participar en conflictos en el lugar de trabajo”.
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Selección de artículos (1985-87). Yves Delhoysie, Georges Lapierre, Louise Riviére.
Imagen tomada de lrscostarica.blogspot.it